Cuando era pequeño mi madre solía hablarme de un tal "Lolo" Fernández cuya potencia de disparo podía partir los postes del arco (en aquel entonces de madera) y podía perforar las redes. Me hablaba de un equipo que en los últimos minutos y con el marcador en contra podía darle vuelta a un marcador gracias a algo llamado la "garra crema". A pesar de que en mi familia me decían de niño "tu eres del Cristal" mi madre siempre me dijo "no, tú eres de la U". 

Con los años tuve la oportunidad de ir al estadio y casualmente todos mis amigos de ese entonces eran de la U por lo que no tuve problema alguno en ir a la famosa Trinchera Norte. Lo que más me impresionó de esas idas al estadio era ver gente que, cuchillo en mano, obligaba al resto a cantar y también la cantidad de drogas (pasta me decían que era) que se fumaba libremente. Era realmente tierra de nadie. 

A pesar de mis intentos por imitar a mis amigos y honrar a mi madre, lo cierto es que nunca me volví un apasionado del fútbol local a pesar de mis simpatías por el equipo. Me gusta el fútbol y trato de ver todos los partidos del mundial y puedo disfrutar de un resultado al finalizar un Alemania - Argentina, por ejemplo. Puedo preparar un domingo para ver un Barcelona - Real Madrir (o Bayern que está de moda) pero lo cierto es que el fútbol local me parece carente de interés y emociones. Tampoco he llegado a ese triste estado de decir que soy hincha de un equipo europeo, seguir sus partidos y ponerme su camiseta cuando no solamente no he pisado el país al que pertenecen y menos su estadio sino que además nunca he podido ver un partido de ellos ya que juegan al otro lado del mundo. Sin embargo conozco a varios "hinchas" que si hacen eso y ahora son parte de equipos alemanes.  

Hacía algo de veinte años no iba a ver un partido de fútbol local al estadio. Debido a los ánimos de verdadero hincha de un amigo mío, confabulado con el desgano de su novia por ir al estadio terminé asistiendo a occidente en el estadio Monumental. Tan turista era mi presencia que ni siquiera sabía que no se podía llevar correa al estadio. Felizmente no me revisaron mucho y me dejaron pasar con la correa ya que, de otro modo, o hubiera visto el partido con el pantalón en los tobillos o me hubiera tenido que regresar a mi casa perdiendo la entrada pero conservando el honor. 

Muchas cosas me llamaron la atención de esta visita. La primera de ellas es cómo los vendedores han aprendido de las grandes corporaciones. Al mejor estilo de Starbucks o de Cine Planet, los otrora vendedores de hamburguesa de "guau guau" y sandwich de "miau miau" se han asociado de alguna manera con Braedt y ahora venden un pan con chorizo (o choripan) a diez soles. Ni en Wong que está S/. 7.50 y 3/4 de vaso chico de Coca Cola a seís soles. Realmente Diez Canseco debe estar orgulloso de semejantes emprendedores. Ahora comprendo a Daniel Peredo diciendo que hay que meter comida escondida para ahorrar para el cable HD que apoya a una selección que no llega al mundial. 

Respecto al ambiente: era una fiesta. El espectáculo de la Barra Norte era impresionante y el ambiente en general durante la espera de la salida del equipo era memorable. Si no fuera porque esa misma maravilla de espectáculo que se ve desplegando la bandera del ídolo Lolo Fernandez se convierte luego de un grupo de animales apedreando casas diría que es una espectáculo que se debería ver todos los fines de semana. Algo de cuatro o cinco petardos prohibidos reventaron en la tribuna norte demostrando que los dos mil policías destacados tienen casi la misma efectividad de hace veinte años tenían cien y que las prohibiciones sobre los pirotécnicos son tan restrictivas como la ley que pena con cárcel el aborto. 

Así comenzó mi aventura en el Monumental. 

Aquí la segunda parte "Del racismo y otros demonios futbolísticos"